lunes, 14 de julio de 2008

María Celeste


Si Neruda afirmaba que María Celeste lloraba, es porque así era. Y cómo no habría de hacerlo, si estando acostumbrada al mar, a sentirlo, a estar siempre en él, se había visto privada de ello. Ahora sólo podía admirarlo desde el gran ventanal de la casa de Isla Negra, donde Neruda se sentaba y la contemplaba largo tiempo… De esa forma compartían su amor por el mar. Él temiéndole, siendo marinero de tierra; ella sin el más mínimo temor, pues se sabía hecha para él, añorándolo y encontrando en Neruda refugio y consuelo. Hoy Neruda ya no está, reposa junto al mar, también, a la vista de María Celeste. Frente a esas ventanas: sus dos amores. Lú.




Soneto LXVIII (Pablo Neruda)

(Mascarón de Proa)
La niña de madera no llegó caminando:
allí de pronto estuvo sentada en los ladrillos,
viejas flores del mar cubrían su cabeza,
su mirada tenía tristeza de raíces.
Allí quedó mirando nuestras vidas abiertas,
el ir y ser y andar y volver por la tierra,
el día destiñendo sus pétalos graduales.
Vigilaba sin vernos la niña de madera.
La niña coronada por las antiguas olas,
allí miraba con sus ojos derrotados:
sabía que vivimos en una red remota
de tiempo y agua y olas y sonidos y lluvia,
sin saber si existimos o si somos su sueño.
Ésta es la historia de la muchacha de madera
.
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-Viaje a Chile, 2005-

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