jueves, 10 de septiembre de 2009

Verdades universales

No hay maneras de asimilar lo aprendido, sólo una: prueba-error. Ayer escuché esto en una reunión: "los animales no pasan dos veces por el mismo lugar por el que han caído o se han lastimado, sólo los humanos” –frase explotada hasta el cansancio por los libros de superación personal-. Y sí, es cierto, la frase tiene razón, los animales no vuelven a pasar por ahí, pero – y aunque sé que esto quizá desate una polémica absurda-, el ser humano no es un animal –que se comporte en ocasiones como tal, es mera elección-. No sé qué obsesión tenemos con estas frases: “somos animales pensantes”; “es instintivo, es nuestra naturaleza animal”; “a veces no puedes controlarlo, es el animal el que actúa”, etc., etc. Entonces, ¿para qué usamos el término ser humano? Digamos mejor: El animal pensante, el chimpancé iluminado ese… Los animales no tienen un cerebro como el nuestro, al menos yo no he visto a ninguno que ande construyendo ciudades, armando computadoras, escribiendo un libro. Sí, entiendo que hay tipos de inteligencia y que existe algo mucho más básico que nuestro pensamiento lógico, heredado de nuestros antepasados en la cadena evolutiva, misma que ha tomado miles de años en gestarse, pero hemos cambiado, nos hemos convertido en otra cosa, en otros seres distintos. No somos animales, somos seres humanos; una u otra cosa, no las dos. Ahora, ser humano no implica, como ya se dijo, que únicamente tengamos una parte racional, pues nuestro cerebro tiene divisiones que han permito, que la parte instintiva que justificamos, conviva y funcione a la par de la lógica. ¿Por qué pasamos por el mismo lugar dos veces? Porque no somos animales. Imagínense que el primer hombre que usó el fuego hubiera dicho: ¡ah cabrón!, esto quema. O que uno, después de haberse enamorado perdidamente de alguien y haber sido herido – ¿de qué otra manera sabríamos qué significa el amor, el duelo y lo que es tener el corazón roto?- hubiera dicho: no, pues está difícil esto de enamorarse, ya no voy andar haciendo eso. Pareciera que en nuestra naturaleza –humana, la de pasar por el mimos sitio- está también nuestra condena, ¿no? Y sigue escuchándose fatalista. Al final, uno pasa todas las veces que sea necesario -hasta que aprendamos-, y que nos dé la gana, pasar por el mismo sitio, aunque sepamos, de antemano, que eso nos provocará algún “sufrimiento” posterior, supongo que al menos, algunos, ya no pasarán de la misma forma por el mismo lugar.

Y mi argumento es: no me gustan las frases con verdades universales, esas que no puedes refutar, frases que contradicen términos que creamos porque tienen una función. La mayor parte del tiempo uno prefiere dar el avión, pues terminaremos siendo tachados de herejes por blasfemar contra verdades establecidas por consenso social. La verdad es más simple: nos gusta tener frases de respaldo, que no puedan ser cuestionadas, que den punto final a un tema, como por ejemplo: “no hablemos del pasado, el hubiera no existe” ¿Cómo que no existe? Que uno no pueda regresar en su maquinita del tiempo y cambiar esa decisión o esa acción, pues sí, no se puede. Pero el hubiera está, lo usamos, lo inventamos y ya.

Hablar del pasado cuesta, sobre todo cuando aún nos duele, y es por eso que si metemos esta dichosa frase, entonces ya nada tiene sentido, porque estamos negando y dando por terminada una plática aunque aún haya cosas que decir o aclarar. Hay que cerrar ciclos, lo entiendo, pero hay que cerrarlos bien, sin nada pendiente, nada que arrastrar. Por eso creo que en algunas ocasiones el hubiera nos enseña, permite que identifiquemos el punto exacto donde dimos el volantazo, el dónde, exactamente, por andar papaloteando, nos dimos un madrazo por tropezar con una piedra o también, nos muestra en qué hemos cambiado: “Si yo hubiera quitado el miedo y hecho lo que quería…”. El problema no es el “hubiera”, el problema es lo que le sigue. Al mirar hacia atrás ves como tus decisiones te han dejado aquí, si estuviste consciente de esas decisiones, supongo que la segunda parte de la frase sería algo como: “si yo me hubiera quedado ahí –por algo no lo hice-, quizá no estaría tan feliz ahora”. Y por último, otra función del hubiera es que nos ayuda a saber que algo no está bien, que seguimos añorando o deseando que algunas cosas nos ocurran nuevamente o que aún no cerramos los asuntos pendientes. Depende de cómo lo usemos y para qué.

Ni qué hacer, cómo diría Montt "si vives mirando hacia atrás, lo que termina con tortícolis no es tu cuello, sino tu corazón". Ojalá que las Ardillas lean esto, porque desde ayer, como esos espejismo nostálginos, nos da por ver hacia trás cuando hay mucho camino por echar a perder. Por eso, cuando salgan, no olviden llevar su kid frases con verdades universales, son buenas para ya no hablar más del tema.

Saludos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿quién te hizo enojar Lindura? Nomás dinos y los mafiositos le enseñamos a respetar.
Abrazo apapachador.

Jaime Senra dijo...

Hola Lukia
A mi tambien me parece que sobrestimamos la carga genética, en estos tiempos que corren. Parece que está de moda. Hoy todo se explica por la evolución. Y parece que el ser humano evolucionó en el sentido de hacerse más flexible y no tan dependiente de sus condicionalismos ecológicos o biológicos. Me gustó ver que defiendes este punto de vista que ultimamente no es tan popular.

LuKiA dijo...

Gracias por tu comentario Jaime. Me da agrada tenerte por aquí, me gusta mucho tu blog, siempre que veo que escribiste una nueva entrada me apresuro a leer.

Saludos.